La primera Exposición Universal de Barcelona simboliza el final de siglo y la desaparición de una forma de entender el mundo. Se inician los prolegómenos de los futuros avatares que sufrirá la ciudad y que la cambiarán para siempre, como a nuestros protagonistas.

El 20 de mayo de 1888, la reina regente María Cristina y Alfonso XIII presidían la ceremonia de la inauguración de la gran Exposición Universal en el salón del Palacio de Bellas Artes. Con la Exposición se recuperó la Ciutadella, símbolo hasta aquel momento de la represión de Felipe V, y Barcelona se proyectó, a nivel internacional, como una ciudad burguesa e industrial.

Después de unos años convulsos, repletos de guerras y cambios de gobierno, la situación sociopolítica española se estabilizó con la restauración borbónica que en 1875 sucedió a la I República. Barcelona vivió entonces una etapa de crecimiento industrial y progreso cultural, iniciada en las décadas anteriores.

La Exposición nació de la iniciativa de Eugenio R. Serrano de Casanova, un gallego, militar carlista, establecido en París, que formó parte de la representación oficial del gobierno español en el Exposición de Filadelfia de 1876 y, posteriormente, de todas las otras hasta 1884, en Amberes. A partir de este certamen, concibió la idea de celebrar uno en España, en concreto en Barcelona, la ciudad más idónea por su carácter industrial. Serrano hizo llegar la propuesta al Consistorio, que la recibió con interés y el alcalde Rius i Taulet se volcó en ella de pleno, de manera que muy pronto el Ayuntamiento se convirtió en la entidad organizadora.

Proyectada para el otoño de 1887, finalmente se postergó para la primavera de 1888. Entre el entusiasmo de unos y la desconfianza de otros, vencidos numerosísimos tropiezos, las obras acabaron en abril de 1888 y la reina regente y Alfonso XIII presidieron la ceremonia de la inauguración en el gran salón del Palacio de Bellas Artes el 20 de mayo.

Los principales países participantes, además de la representación española, fueron Francia, Austria, Alemania, Italia, Rusia, Inglaterra, Estados Unidos y Bélgica. También tuvieron presencia Suiza, Suecia, Holanda, Dinamarca, Noruega, Portugal, Japón, China, Turquía, Bolivia, Ecuador, Honduras y Argentina, todos presentes entre el Palacio de la Industria y la Galería de Máquinas.

Uno de los aspectos más destacables de la Exposición era la arquitectura, de la que quedan algunos edificios como el arco de triunfo de entrada al recinto, obra de Josep Vilaseca, el Invernáculo, de Josep Amargós o el café restaurante, hoy Museo de Zoología, obra de Lluís Domènech i Montaner, conocido popularmente como el ‘Castell dels Tres Dragons’. Entre los edificios desaparecidos destaca el Hotel Internacional, de grandes proporciones y situado fuera del recinto. Se levantó en sólo 69 días gracias a un gran esfuerzo y al avance de la técnica constructiva, y se derribó al año siguiente.

El área central de la exposición estaba presidida por el gran Palacio de la Industria en forma de abanico, que ocupaba unos 70.000 metros cuadrados, obra de Jaume Gustà, también autor de la reforma del umbráculo ya existente. Otros edificios destacados eran el Palacio de Bellas Artes, de August Font, el Pabellón de las Colonias Españolas, obra del mismo Gustà, el Palacio de Ciencias, obra de Pere Falqués, y el pabellón de la Compañía Transatlántica, en la sección marítima de la Exposición, según proyecto de Antoni Gaudí.

En conjunto, esta arquitectura calificada hoy por los especialistas de protomodernista, suele considerarse el preámbulo de la pujanza arquitectónica del modernismo que sumó la recuperación de la tradición autóctona con las directrices del Art Nouveau internacional.

La muestra se clausuró el 9 de diciembre. La habían visitado un millón y medio de personas. El balance, a pesar del déficit económico –unos 6 millones de pesetas de la época– era positivo. La Exposición contribuyó al inicio de la proyección internacional de Barcelona como ciudad industrial y burguesa. Al mismo tiempo, comportó un incremento del catalanismo en el marco de una sociedad todavía encogida, pero que empezó a crecer socio-culturalmente, tal y como muchos testigos coetáneos manifestaron en numerosas ocasiones. Hoy, simboliza el nacimiento de la ciudad moderna.