Es durante este siglo cuando se consuma la integración de la medicina y la cirugía en un mismo cuerpo de conocimientos y enseñanzas, lo que supone el impulso definitivo a la especialidad quirúrgica, con la incorporación añadida de la traumatología a su ámbito de actuación.
Los tres enemigos clásicos de la cirugía: la hemorragia, la infección y el dolor, son derrotados; el desarrollo de las teorías microbianas de las enfermedades infecciosas (Semmelweis, Pasteur, Lister…), la evolución de las técnicas anestésicas o el descubrimiento de los rayos X son herramientas fundamentales en el impulso de la cirugía y en su éxito: el cirujano puede trabajar con el paciente sedado, y, por lo tanto, sin la rapidez que se le requería hasta ese momento, con mucho mayor conocimiento sobre lo que se puede encontrar y con armas adecuadas para paliar las posibles complicaciones. Las tasas de mortalidad comienzan a caer, y todo esto se produce en unas pocas décadas.