La mujer barcelonesa acomodada de finales del siglo estaba destinada de forma natural al matrimonio. En la práctica era éste el único medio de supervivencia que disponía. Su educación se circunscribía al ámbito del hogar y algunas artes como la música o el dibujo. Se casaba joven. En caso de rebasar los treinta años sin encontrar marido, le esperaba un futuro difícil. Los padres intervenían en la elección del futuro cónyuge excluyendo todos aquellos que no consideraban apropiados y en algunos casos, “aconsejando” la mejor opción. Solían ser matrimonios de conveniencia, se consideraba que el amor era algo que llegaba a posteriori, con el trato y la convivencia, lo que supuso muchas veces una vida entera de penalidades y soledad. Una vez casada, la mujer era absorbida por la maternidad y el hogar, y tan solo frecuentaba el mundo exterior en contadas ocasiones, usualmente en eventos religiosos o festivos.
La celebración de la Exposición Universal influyó en la vida de las mujeres al contratarse por primera vez algunas de ellas para atender al público asistente. Al terminar el evento estas mujeres integraron las plantillas de sus respectivas empresas empleadoras. Levantó mucha polémica y supuso un paso significativo pues mostró que habían otras posibilidades para la mujer y reforzó las voces de los defensores del progreso y de un mayor protagonismo de la mujer en otras facetas de la vida. Sin embargo, solo fue el comienzo y la mujer siguió desempeñando un papel secundario durante mucho tiempo.
La “igualdad entre géneros” la disfrutaban de modo irónico las mujeres de las clases más pobres pues, usualmente, trabajaban hasta el agotamiento en una fábrica, como hacían sus propios maridos, aunque además debían atender a una manada de críos famélicos.
La mujer y la medicina
Las escuelas de medicina estuvieron cerradas para las mujeres hasta la segunda mitad del siglo XIX. Si alguna estudió medicina lo hizo clandestinamente; en este sentido uno de los casos más curiosos lo protagoniza James Barry (1797-1865), un oficial médico del ejército británico que disfrutó de una notable reputación como cirujano durante 50 años. Al morir la autopsia reveló que era mujer; el departamento de guerra inglés y la asociación médica quedaron tan confusos que el hallazgo no se divulgó y el doctor Barry fue enterrado oficialmente como hombre.
A finales del siglo XIX, las universidades de varios países del mundo admitieron a las mujeres como estudiantes e incluso como profesoras o practicantes de la medicina; sin embargo, este hecho concitó muchas resistencias, dándose situaciones como el abucheo del resto de estudiantes masculinos en las clases o el uso de parabanes para separar en el aula a la mujer de sus compañeros.
Las mismas dificultades se vivían en nuestro país donde tres mujeres destacan como pioneras:
Dolors Aleu i Riera (Barcelona, 1857-1913). Se considera la primera médico catalana. Ingresó en la Facultad de Ciencias Médicas en 1874 y aunque acabó sus estudios en el año 1879, no se le permitió hacer el examen de licenciatura hasta tres años después convirtiéndose en 1882 en la primera mujer licenciada en medicina en España. El mismo año consiguió el título de doctor con la tesis doctoral “De la necesidad de encaminar por una nueva senda la educación higiénico-moral de la mujer”. Casi al mismo tiempo se licenció Martina Castells i Ballespí (Lérida, 1852 – Reus, 1884). Se especializó en pediatría y fue la primera mujer en el país en obtener el doctorado, unos días antes que Dolors Aleu. Murió prematuramente antes de poder ejercer, víctima de una nefritis ocurrida durante su primer embarazo. Por último, María Elena Maseras Ribera (Vilaseca, 1853 – Mahón, 1900), fue la primera mujer de España en pisar las aulas de la Facultad de Medicina como estudiante, como Dolors también tuvo que esperar tres años a que le concedieran el derecho a examinarse. Desanimada por las trabas burocráticas para ejercer como médico a causa de su condición de mujer, se dedicó a la enseñanza.
De las tres, únicamente Dolors Aleu i Riera ejerció la profesión y tuvo consulta propia en Barcelona durante 25 años, fue profesora de higiene doméstica en la Acadèmia per a la Il·lustració de la Dona, y también fue autora de textos de carácter divulgativo, orientados a mejorar la calidad de vida de las mujeres, especialmente en el ámbito de la maternidad.